Se agota la paciencia de la emergente y frustrada clase media brasileña
Marcos Suárez Sipmann madrid. - 2:00 - 29/06/2013

Una generación de jóvenes que ha vivido en democracia exige más avances
Brasil es hoy la quinta economía mundial. Un fuerte crecimiento económico y un vertiginoso proceso de movilidad social en años recientes han constituido un ejemplo de desarrollo. Según datos aportados por el Banco Mundial y la Cepal, entre 1992 y 2012, la renta per cápita (a precios del año 2012) pasó de 4.500 dólares a 10.800; es decir, que se incrementó en un 140 por ciento. La clase media, entendida como las familias que cuentan con más de 10 dólares diarios por miembro del hogar, pasó del 19,6 al 46,6 por ciento de la población total.
¿Cuál es entonces la razón de las continuadas protestas de las últimas semanas?
El detonante fue un aumento de 20 céntimos de real en la tarifa del transporte público en Sao Paulo. Si cobra el salario mínimo un obrero de la periferia de esta megalópolis de 20 millones de habitantes puede gastar más de un tercio del mismo en desplazarse hasta su trabajo en el centro. Un reciente estudio de la Fundación Getulio Vargas demuestra que Sao Paulo es la ciudad del mundo donde el transporte público es más caro en relación con los salarios.
El fondo de la cuestión
Sin embargo, la raíz de los problemas va mucho más allá. En efecto, desde 2003, con el Gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, Brasil ha logrado sacar de la pobreza a unos 40 millones de personas. La clase media creció estimulando el consumo y la producción en muchos sectores de la industria y los servicios. La economía se reactivó por la demanda interna más que por aumentar su productividad. Hubo sectores de la industria que se sintieron afectados en su competitividad.
Tras ese énfasis en los más pobres de pronto las aspiraciones de las clases medias colisionan con la incapacidad del Estado para satisfacerlas. Una clase media ahora mucho más numerosa que se siente relegada y lanza a sus jóvenes a las protestas. Muchos manifestantes son estudiantes universitarios entre la veintena y treintena que han vivido en democracia y aspiran a mejores condiciones de vida.
Al incorporarse 40 millones a los 70 ya existentes en la clase media todo el proceso se enfocó en el consumo obviándose la necesaria inversión social en infraestructura, salud y educación. Y esa estructura insuficiente ha colapsado provocando inquietud y descontento.
Los que se rebelan lo hacen al no lograr conectar el enorme crecimiento de su país con su realidad cotidiana. El discurso político no ha respondido a sus demandas de mejor calidad de vida, educación, salud, seguridad y transporte. Al intentar administrar la actual coyuntura con recortes fiscales y subsidios, el gobierno no consiguió más que disparar la inflación y acelerar la deuda pública.
Carga impositiva
A todo ello hay que añadir una elevada carga impositiva que no se ve reflejada en los servicios públicos. Y sobre todo la extendida corrupción política en un ambiente de impunidad jurídica generalizada.
Resultado de todo ello son las actuales manifestaciones masivas.
Como en otros países la forma de expresión que adoptaron es también nueva: convocatorias multitudinarias a través de las redes sociales, sin líderes políticos ni sindicales ni empresarios que las encabecen.
La naturaleza informal, espontánea, colectiva y caótica de las protestas confundió al Gobierno que en un primer momento reaccionó con dureza y excesos policiales. Si bien hubo algunos brotes de violencia hay que destacar que las protestas se han desarrollado en un tono tranquilo.
Con todo, la presidenta Dilma Rousseff se ha visto obligada a proponer un Pacto Nacional para mejorar los servicios públicos y un plebiscito para reformar el sistema político del país.
Momento delicado
Rousseff, con niveles de popularidad superiores al 75 por ciento y favorita para la reelección en las presidenciales del próximo año, ha comprendido cuán delicado es el momento político y social del país. Se propone escuchar la voz de la calle y sabe bien que el mensaje de los manifestantes es de repudio a la corrupción y al uso indebido del dinero público. Con sentido práctico intenta que la misma fuerza que produce estas turbulencias sea transformada en una energía positiva que se adapte a lo que la sociedad está reclamando.
La Cámara de Diputados de Brasil ha aprobado un proyecto de ley que destina los recursos procedentes del petróleo, los royalties, a los dos sectores más postergados por los gobiernos. En 10 años se dispondrán así de 140.000 millones de dólares. A la salud se destinaría el 25 por ciento de ese dinero y el 75 por ciento iría a educación. Es el primer gran impacto de las movilizaciones en las que decenas de miles de jóvenes tomaron las calles en las mayores ciudades.
Hay quien ya habla de una primavera tropical o de un otoño brasileño, para simplificar un movimiento de insatisfacción social que obliga a replantearse un modelo considerado exitoso para solucionar claras insuficiencias. Lo cierto es que algo ha empezado a cambiar en la sociedad brasileña.